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5/7/20

EL POLÍTICO (30/08/19)

   En el discurso se le veía serio, sincero, cercano y humilde.  Había ido detallando cada uno de sus planes de gobierno y quizás era lo mejor que le había pasado al país en su larga historia.  Parecía aplicar sentido común en todo lo que decía.  Incluso parecía que aplicaba sentido de comunidad, es decir, que había escuchado al pueblo y que iba a hacer lo que ellos pedían.  Y allí estaba yo, escuchando y acercándome más a él.  Sería, por fin, algo bueno, algo que nos uniría a todos y nos devolvería el orgullo.  ¡Y encima el tío se parece al actor ese tan famoso!  ¿Qué puede salir mal?  Pinta bien el Adolf éste.

1/5/20

CORONAVIRUS (11/04/20)

              Antonio tenía 84 años y una tos muy fea.  Se había dedicado toda su vida adulta a trabajar en oficios malos para los pulmones y, a causa de ello, respiraba regular desde los años sesenta.  Ahí, en los sesenta, a principios, fue cuando conoció a Pepi, una morena menuda de la que se enamoró perdidamente y a la que conquistó con zalamerías, porque lo cierto es que a ella el tal Antonio le parecía mayor y basto.  Al final, sin saber cómo había podido conquistarla, se casó con ella.  Tuvieron tres hijos.  El mayor, Antonio como su padre y su abuelo, fue un chico bueno y listo hasta que llegó la epidemia de los ochenta, el caballo, y se lo llevó, como a buena parte de su generación.  Esto habría hundido a la pareja de no ser porque tenían a Eva y a Pedro, con 8 y 4 años en el momento de la muerte de Antoñito y tuvieron que salir adelante sin posibilidad de depresiones ni nada parecido.  Pero lo cierto es que no lo superaron nunca, como es normal, del todo.  Estaban, eso sí, orgullosos de los otros dos.  Eva había llegado a ser un importante cargo en una agencia publicitaria con sede en Nueva York y ahora residía allí.  Vivía sola y se sentía feliz y poderosa en su apartamento de Manhattan.  Su hermano, Pedro, era un enamorado del mar.  Tanto que acabó de marino mercante y estaba a bordo de un petrolero ocho meses al año.  Él si tenía familia… en Singapur.  Dos niños preciosos a los que los abuelos sólo conocían por foto y por teléfono porque “a mi no me líes con el teléfono que yo sólo lo quiero para llamar”.  Hacía tres años que Antonio estaba solo.  Pepi había sufrido un ictus y, por desgracia, se había ido.  Él quedó triste, abatido, derrumbado.  Sus hijos decidieron que lo mejor era que fuera a una residencia donde, al menos, estaría cuidado y limpio y se relacionaría con otra gente.  Así quizás se animaría.  Pero lo cierto es que Antonio seguía triste.  Y con una tos muy fea.
María estaba cansada.  Siempre.  A sus 56 años estaba harta de cómo había ido su vida.  Sólo esperaba que pasara el tiempo rápido para llegar a la jubilación.  Seguro que le quedaba una porquería de pensión, pero “al menos no tendré los dolores que tengo”.  Cuando llegaba a casa y estaba allí, sola, preparándose la cena, era el único momento en el que permitía a su cabeza tenerse compasión.  Intentaba ser fuerte tal y como le había prometido a Montse, su pareja, cuando un cáncer de pecho se la llevó por delante allá por el 2004 sin llegar, ¡por tan poco! a poder casarse.  La otra promesa, la de rehacer su vida junta a alguien, nunca pudo cumplirla.  El recuerdo de Montse no le permitía liberarse ante el resto del mundo.  Y ahora ya era tarde.  Ahora sólo quería jubilarse.  Su trabajo la destrozaba físicamente.  Era cuidadora en una residencia de ancianos y cuando cogía el metro de vuelta a casa le dolían todos los músculos del cuerpo.  La mente solía estar bien.  Se sentía bien por cuidar a aquellas personas, muchas tan solas como ella.  Y aquellos ancianos y ancianas le devolvían la energía con cariño.  Y con creces.  Pero aún así, llegar a casa y encontrarla vacía, sin Montse…  La tristeza se había adherido a su cerebro y, hasta las sonrisas que en ocasiones se escapaban de sus labios eran, en cierto modo, falsas.  ¡Y encima ese dolor de huesos!¡Y de cabeza!
              Jorge era mecánico.  A sus 33 años parecía haber conseguido estabilizar su vida hacía apenas un par, cuando había entrado a trabajar en una empresa que se encargaba de arreglar las ambulancias que se averiaban.  Después de haber sido un “Vivalavirgen” toda la vida, cuando a los 30 se apuntó a un curso de mecánica del INEM nunca pensó en tener esta suerte.  Cuando encontró el trabajo se fue a celebrarlo con su novia y su madre, y pensó que no se podía ser más feliz.  Apenas dos semanas después su madre empezó a tener momentos en los que se desorientaba.  Al final tuvo que ir al médico con ella porque se perdió de vuelta a casa desde el mercado.  Las noticias no fueron buenas.  Alzheimer.  Y, por lo visto, iba muy rápido.  Seis meses después de aquel cumpleaños Asunción estaba en una residencia y Jorge estaba solo.  Su novia, a la que había conocido en Tinder, se fue en cuanto se olió la tostada y lo dejó en aquel bar frente al taller, con un café en la mesa y una lágrima en el ojo derecho.  Ahora, año y medio más tarde, Jorge se reía de aquello.  En el mismo bar, tomando el café en la puerta para, a la vez, fumarse un cigarro, hacía tiempo para volver al taller.  Aquella tarde, como todas las tardes tras el trabajo, pasaría por la residencia a ver a su madre.  Estaría con ella, y jugaría al parchís.  O a la oca.  Y si no le reconocía se presentaría como aquél al que su madre quisiera ver aquel día.  El día antes tuvo que hacer de rey Juan Carlos porque su madre dijo que era él “con lo republicano que soy”.  Tosió y tiró el cigarrillo al suelo. “Tengo que dejarlo” se dijo, pero encendió otro.  Fue al quiosco y compró el Sport.  Lo llevaría luego a la residencia.  “Aquel señor, …  ¿cómo se llamaba? ... ¿Antonio? ... lo leerá por la tarde”.  Entró al taller y respiró hondo.  La tos fue ahora un ataque violento y largo.  “Tengo que dejar de fumar, cagüendios”.

              Andrea llevaba quince años en le Hospital General.  A los 29 había acabado el MIR y a los 30 había conseguido la plaza de neumología.  Tras años en urgencias, guardia y visitas ahora era la jefa del departamento.  En un departamento en el que, si no fuera por tanto fumador, no se estaría mal porque no era una zona excesivamente compleja en lo ambiental ni en lo industrial.  Ni mucha contaminación, ni minería, ni radiación natural.  Lástima del vicio.  Estaba orgullosa de dónde había llegado.  No era la mejor.  Ni la más joven en llegar a jefa.  Ni la mejor de su promoción.  Ni siquiera investigaba.  Únicamente era una neumóloga pero, eso sí, sacaba adelante a sus dos hijas ella sola tras un divorcio feo que le libró de aquel desalmado que ahora se pudría en la cárcel, aquel cabrón que le pegaba, a ella y a sus hijas, día si y día también.  Aquel hijo de puta que en la calle era el perfecto marido, abogado de prestigio, adinerado, con cierto poder, del que se había dejado deslumbrar en una manifestación contra la subida de tasas en la universidad.  Guapo, alto, idealista, … y sin embargo, en la intimidad, el peor marido posible.  Pero ella siguió enamorada hasta que una noche, en urgencias, vio aparecer a una chica de veintitantos años con la cara amoratada y se vio a ella misma recomendándole que denunciara a aquel sádico y, sobre todo, que le abandonara.  Esa mañana, al volver a casa, no encontró a su marido.  El muy cerdo se había ido por ahí y había dejado a las niñas solas en casa.  Le puso las cosas en el rellano y se encerró a cal y canto.  Cuando él llegó comenzó a golpear la puerta y a intentar tirarla.  Ella llamó a la policía y el resto es historia.  El maltratado estaba ya en la cárcel y no duraría mucho porque una cirrosis (a causa del whisky y la cocaína) se lo estaba cargando.  Y nadie le lloraría.  Andrea estaba contenta.  La vida iba bien.  Había unas noticias extrañas sobre algo que pasaba en Asia pero bueno, no parecía nada grave.  Además “no tengo ganas de pensar, que ando con un poco de fiebre, me voy a casa”, le dijo al jefe de cardiología mientras cogía el bolso.

- ¿Sí?
- ¿Jorge Pérez?
- Sí, soy yo.  ¿Quién es?
- Le llamamos de la residencia “Jardín”.  Verá, es que su madre, Asunción… Parce que tendremos que aislarla.  Es que…
- ¿Cómo? ¿Es que ya ha entrado?
- La verdad, no sabemos porque no podemos demostrarlo, pero … sinceramente, podría ser.
- ¡Mierda!  ¡Voy para allá!
- No.  No puede ser.  El protocolo no nos permite recibirle.
- ¡Joder!  ¿Qué hago, entonces?
- Esperar.  Espere y cuídese.  Y al mínimo síntoma vaya al médico.
- Pero ¿qué ha pasado?
- No sabemos.  Tiene fiebre y no baja.  Está avisado el médico y dice que ahora viene, pero ya sabe cómo está todo.  Le llamaremos con lo que sepamos.  Intente conservar la calma.
- De acuerdo.  Hasta luego – Colgó.  Y dijo para sí mismo – Eso es más fácil de decir que de conseguir – y encendió un pitillo.  Un nuevo ataque de tos, de esos que tenía desde hace una semana, le hizo apagarlo inmediatamente.
María no había ido a trabajar aquella mañana.  Había llamado para avisar y le habían dicho que haría bien el llamar al médico, que ya estaba aquello dentro y que “vete a saber si no lo has “pillao””.  “¡Mierda!” pensó.  “Verás como estoy jodida”.  Llevaba más de una hora intentando coger línea con el médico y no había manera.  Le dolía todo, como si le hubiera pasado un camión por encima, y tiritaba como si estuviera en bragas en la nieve.  Tenía mala pinta.  Seguía llamando pero … ¡A la mierda!  Colgó y la misma pena la inmovilizó en el colchón.  Se arropó y tembló y tembló hasta que se durmió.  La despertó el teléfono.  Era de la residencia.  Su compañero José le comunicó que ya había caído la primera.
- ¿Quién? – preguntó ella.
- Asunción.
- Pobrecilla – se compadeció - ¿Hay alguien más enfermo?
- Tenemos a seis más que parecen jodidos.  Los cinco “encamaos” y el Antonio.
- ¿El Antonio también?  “Cagüenlaleche” y yo aquí sin poder hacer nada.
- “Tate, tate”.  Tú curate que nos harás falta después seguro.  Ponte buena, anda.
- Vale.  Hasta luego.  Y gracias por llamar.
- Adiós, María.
Andrea miraba el historial.
-Tiene una tos muy fea – dijo.
- Normal, mira el historial.  Minería, metalurgia, química…  Los sectores perfectos para el pulmón.
- Ya, y encima esto.
Estaba contenta.  Como siempre.  Había pasado la enfermedad sin enterarse.  Se había contagiado en una reunión de trabajo con unos italianos pero su cuerpo había reaccionado bien y rápido y apenas una semana y media después de aquellas primeras fiebres ya estaba bien.  Y preocupada por sus pacientes.  Ahora le robaba el sueño Antonio.  Pareciera que no quería vivir.  Tenía una tos muy fea, sí, pero le faltaba algo más.  Se le notaba triste.  Intubado y sedado como estaba, ella no pudo preguntar nada, pero intuía que había algo más.
Jorge no tenía tiempo para llorar.  Tenía que trabajar y trabajar.  Las ambulancias estaban haciendo kilómetros como nunca antes y la que no tenía una avería tenía dos.  Seguía tosiendo mucho, pero no tenía más remedio que seguir.  Sobre todo para no seguir pensando en su pobre madre.  Morir sola, allí.  Por suerte no se enteró.  Dos días duró desde aquella llamada.  Ahora se había desbocado todo.  Sabía que Antonio estaba también jodido, pero ya no importaba nada más que currar y currar.
- Jorge, mírate la suspensión esa, haz el favor – le dijo el encargado.
Pero Jorge ya no estaba.  Se había desmayado.  Se despertó en una ambulancia, en la 38, aquella a la que él había cambiado los amortiguadores, rodeado de gente vestida con trajes como de astronauta, con gafas y mascarilla.
- ¡Joder!¡Pero si esto parece el final de E.T.! – dijo.  Y volvió a desmayarse.
Andrea tocaba la frente de Jorge.
- Tranquilo.  Te vamos a sacar el tubo.  La sensación es asquerosa, pero verás como pasa enseguida.
- Gra … gracias – respondió cuando se le aclaró un poco la garganta, con una voz tan débil que hasta él se sorprendió - ¿yo también?
- Sí – le dijo ella – Tú también.  Pero no me preguntes por qué, ya es como si lo hubieras pasado.
- ¿Cuánto llevo aquí?
- Una noche – contestó sin esconder la sorpresa.
- A ver si no era.
- Sí.  Sí lo era.  Las pruebas son concluyentes.
Antonio se estaba apagando y José decidió llamar a María para avisarle.  Habían caído cuatro de los cinco “encamaos”, pero él sabía que María tenía un aprecio especial por Antonio.  Se compadecía de él porque, en cierto modo, se veía reflejada.  Su pena y la de Antonio eran similares.  Los dos eran viudos y estaban solos.  Cuando Antonio entró en la residencia sus hijos le llamaban cada semana.  Desde hacía unos meses ya no le llamaban, así que él se fue encerrando en su pena sin ver salida.  Y así se veía ella.  La esperanza no aparecía en ninguna de las dos cabezas así que acabaron por sentir un cierto aprecio entre ambos.  Y el teléfono sonaba pero “la tía esta que no me lo coge”.  “A tomar por culo, ya llamaré luego”.
Jorge se había quedado en el hospital.  Andrea estaba, por primera vez en su vida, investigando algo.  La noche que Jorge pasó en la UCI estuvo al lado de Antonio, así que cuando despertó y pudo incorporarse lo primero que hizo fue ponerse al lado de él.
- ¡Coño Antonio! ¡No me jodas! ¡Que si no te traigo el Sport te traigo el Jueves, pero ponte bueno! – le dijo mientras le tocaba la frente.
Antonio había abierto sus marrones ojos tristes y le había mirado.  Luego había vuelto a quedarse dormido.  La siguiente vez que abrió los ojos Jorge seguía allí y él se sintió mejor.  Habían pasado cuatro días y Antonio estaba casi bien.  Sus ojos seguían siendo marrones, pero ahora brillaban y, cuando lo extubaron, lo primero que hizo fue sonreír a Jorge.  La curación completa fue, desde ese momento, más que rápida.
Andrea estaba en una rueda de prensa y no podía creerse lo que estaba a punto de decir.
- La gente se muere de pena.
El ruido de flashes era lo único que se oía en la sala.  Los periodistas quedaron mudos, con un gesto mezcla de incredulidad y de sorpresa.  El enviado de Al-Jazeera acertó a decir.
- ¿Cómo?
- Bueno.  En realidad no es de pena.  Es de falta de alegría.  Hemos visto que el cerebro envía órdenes a la amígdala para la producción de una hormona (el nombre lo encontrarán en la memoria del estudio).  Se ha observado que en los fallecidos esta hormona no había sido producida.  Sin embargo se ha comprobado que en pacientes en los que se ha conseguido dicha producción la enfermedad ha remitido en cuestión de horas y el virus desaparece por completo.
José, en su casa, viendo las noticias, le dijo a su mujer:
- Ahora entiendo lo de María.
- Pobrecica – contestó ella.
 
-FIN-

1/4/20

LLUEVE PARA NADA (16/03/11)

En el reproductor de CD's del coche suena el disco que viene con el libro de los Especialistas Secundarios.  Se oyen risas de fondo (parece reconocerse entre ellas la de Carles Francino) que acompañan al conductor, quien acompasa sus carcajadas al "tic-tac" del intermitente sin perder de vista el velocímetro, no sea que por pasarse un poquito del límite pierda otros tres puntos del carnet.  No piensa, sólo conduce y escucha.

-¡Ya!- Dice Armand.
-No le he entendido- Contesta la voz de Íñigo imitando a un contestador automático de las taquillas telefónicas de los cines "Zalacaín el Aventurero" con salas en "Eurasia, África y Baja Aragón".

La verdad es que el viaje es así más agradable.  Evita el sueño, la fatiga y el aburrimiento.  Vuelve a casa del trabajo.  Un día menos para la jubilación.  Un día más cotizado.  Un día aburrido más.

Suena el teléfono.  En el manos libres del coche, tras contestar, suena una grabación vendiendo no sé qué oferta de mensajes.  ¿Para ésto le molestan?¿Para ésto le cortan lo que estaba oyendo?  No se indigna porque ¿para qué?, pero sí se molesta.

Cuando ya le quedan cinco minutillos para llegar... atasco.  El de cada viernes.  Es raro porque "hoy es miércoles y... ¿es miércoles?... Sí, sí, es miércoles.  Los miércoles no se suelen producir atascos pero quién sabe, algún accidente habrá habido".

Y entonces sucedió.  Aquel rayo cayó sobre la antena de la "emisora".  El trueno fue cas inmediato.  El fogonazo, debido a la cercanía, cegador.  Enseguida comenzó a llover a mares.  Pero él no se asustó.  Al contrario, salió del coche a empaparse.  Y se limpió.  Se limpió de malas vibraciones.  El agua se llevó las tonterías.  Cuando entró en el coche se miró en el espejo y no se reconoció.  La rabia había desaparecido.  O, mejor dicho, se había transformado.  Hasta entonces toda es bilis que le contaminaba por dentro sólo la dejaba salir en discusiones políticas, en los gritos en alguna manifestación y en los "posts" de sus "blogs".  Procuraba anestesiarla el resto del tiempo porque, pensaba, nadie merecía soportar su "mala hostia", la "mala hostia" que le producían el peligro de la xenofobia que veía alrededor, la esclavitud bajo el reloj (el ser, como él decía en alusión a Kortatu, "Denboraren mempe", subordinado del tiempo).  De vez en cuando también se desahogaba en algún concierto de rock de donde salía afónico aunque ya no saltaba como solía hacer antiguamente.

Pero todo eso se acabó.  El rayo, y con él, después, el trueno y la lluvia le habían hecho, como el agua fría a primera hora al lavarse la cara, despertarse.  Lo había visto claro.  "Vamos a pasar a la acción", canturreó.

Los coches empezaron a moverse.  Vio cómo, bajo el agua, un hombre con chaleco amarillo, rodeado por la policía, trataba de explicar a dos mossos d'esquadra lo que había sucedido para que su coche estuviera con las ruedas hacia el cielo.  Él sonrió.  Encontraba ridícula la escena y no sabía muy bien por qué.  Él, nuevo, como si fuera otro, veía el mundo de otra forma.

Consiguió llegar a casa en el triple del tiempo habitual.  Comió, echó un cigarrillo en la terraza y, como hacía años que no hacía, se saltó la siesta.  Cogió la chaqueta, dejó a propósito el paraguas en su mochila y salió.  Y comenzó a caminar.  Sin rumbo fijo.  En su paseo veía un mundo distinto.  Un mundo en el que la lluvia había limpiado el gris de la ciudad y le había devuelto el colorido.  Se acercó a un contenedor para coger una caja de cervezas que vio tirada al lado.  Con ella caminó hacia un cercano parque y, como si fuera el Hyde Park londinense en su "Speaker's Corner", colocó la caja en el suelo, se subió y empezó a hablar.  No había timidez.  Ese hombre, el tímido, murió.  "La vergüenza no da de comer", pensaba.

-Llueve.  ¡Que llueva!  Por fin lo veo claro.  Es tan fácil como eso.  ¡Que llueva!¡Que la lluvia arrastre la porquería!  Vosotros, el resto, o la mayoría de vosotros no lo habéis entendido.  Aún.  Todo llegará.  O no.  Es igual.  Yo sí lo he entendido - comenzó a decir -  Porque cuando llueve el mundo cambia.  Porque cuando llueve, en el suelo mojado, oscurecido por la humedad, en ese suelo gris, feo, sucio,... en el suelo, hasta ahí se puede ver el arco iris.  Porque cuando llueve siempre para, y cuando para el mundo es nuevo.  Es limpio, verde, colorido, respirable.  Porque cuando llueve la gente corre y cuando para... vuelve la tranquilidad.  ¿No lo entendéis?  Debemos ser como las nubes - dos jubilados ociosos decidieron pararse a escuchar sonriendo, mirándolo como el que mira a un loco; dos niños se acercaron, le señalaron mientras decían algo y volvieron a los columpios, a jugar - Debemos ser como las nubes.  Debemos cambiar el mundo.  Debemos descargar.  Tenemos que dejar caer nuestra lluvia.  Como lluvia fina, como chaparrón veraniego, como "orbayu", como tormenta,..., es igual.  Que cada uno llueva a su manera.  Pero que llueva ¿Me oís?  Yo ya lo he visto.  ¡Hay tanta gilipollez!  Que si el Barça es mejor, que si la princesa del pueblo tal, que si qué bien cantan en O.T. - Una señora con el carro de la compra se paró en ese instante, asintiendo - ... Dejémonos de hostias.  No hagamos más allá de lo que podamos.  No hagamos más de lo que queramos.  Que les den por saco a los bancos, al dinero, al capitalismo y al comunismo, a las religiones, a los políticos... sobre todo a los políticos.  ¿Bodas entre gays?  Cojonudo.  Pero voy a ir más allá:  Abolición de las bodas.  ¿Guerra al narcotráfico?  Legalización de las drogas  ¿Reforma laboral?  Despenalización del trabajo  ¿Jubilación tardía?  Los diputados a los 80 si han trabajado más de 40 años, y el resto a los 40 si han trabajado 8 años y a los 45 si no llegan.  Y con el 100%  ¿Catalán o castellano?  Más aún, catalán, castellano, euskara, galego, inglés, francés, italiano, alemán, chino, japonés, música, deporte,...  Para todo y para todos.  Aborto libre y gratuito y premios a las madres con sueldos del 200%  ¿Malos tratos?  Sartenazo en la cabeza - Esto debió hacer gracia a otras tres mujeres que se pararon allí.

Poco a poco la gente se fue arremolinando a su alrededor.  Sus propuestas, pese a estar, como cualesquiera otras, no exentas de demagogia y populismo, parecían gustar a la gente.  Estaban llenas de utopía, de ilusión,... y de irrealidad.  Sin embargo había más gente cada minuto que pasaba.  Tanto fue así que enseguida, de repente, aparecieron un par de "lecheras" de la Guàrdia Urbana y dos coches de los Mossos.  Mientras ellos escuchaban lo que él decía y hablaban de vez en cuando por los "walkie-talkies" se veía cómo la tensión aumentaba en sus extremidades y en su mandíbula.  Sólo esperaban órdenes, aunque tenían claro cuáles iban a ser, con lo que la única espera la de oír la voz de mando.  Aún así, al "mitinero" no se le escapó que uno de los "pitufos" asentía sonriendo.  Él continuaba.

- ... y es por eso que debe llover en cada uno de vosotros  ¿Policía?  Hasta los huevos de que exista.  No por el cuerpo en si.  Qué va.  El problema es que tenga que existir - aquí los "walkies" empezaron a echar humo -  Seamos, como decían en Mayo del 68, realistas:  pidamos la Luna.  Ojalá no hicieran falta.  Que nadie nos dijera qué hacer.  Que no hiciera falta.  Mi consejo es:  No me hagáis caso, haced lo que os dé la gana.  Que le den a la "responsabilidad social".

En los "walkies", en todos a la vez, se oyó "AHORA".  Un "ahora" enorme, fuertísimo.  Un "ahora" que resonó en el parque.  Un "ahora" que acalló el ruido del tráfico.  Y el "demagogo" supo, por supuesto, que empezaba el lío.  Y miró al cielo, ahora despejado.  Sacó un cigarrillo, lo encendió y volvió a mirar al cielo.  Se había nublado del todo.  Justo cuando un guardia urbano uniformado de antidisturbios se aproximaba a él diciéndole a la gente el clásico "circulen, circulen", la lluvia empezó a caer de nuevo, como si nunca hubiera llovido, como si el cielo estuviera cayéndose de golpe sobre la ciudad.  Y entonces se vio un fogonazo intenso, tan intenso como si se hubieran disparado miles de "flashes" profesionales sobre un sólo ojo en el mismo instante.  Y le siguió un estruendo el nivel de una bomba.  La gente empezó a correr desbocada.  "¡Joder!¡Qué bueno soy!" pensó el urbano.

Cuando los ojos de los presentes se acostumbraron de nuevo a la luz "normal" el mundo, para todos ellos, había cambiado.  Era como un concierto de heavy metal, cuando el silencio y la oscuridad del escenario se rompían con un fogonazo de pirotecnia salvaje y con el retumbar del doble bombo, lo que producía en el público ganas de saltar, de cantar, de volverse loco.  Los policías no daban abasto, no eran capaces de controlar nada.  La revolución había llegado.  Sin saber cómo, por causas naturales.  Sobre la caja de cerveza, únicamente, una colilla de Lucky Strike.  En el ambiente una mezcla de rebelión punk y "buenrollismo" hippi.  Los abuelos miraban a los inmigrantes sin ver "sudacas" o "moros".  Las abuelas pensaron en comprar minifalda más cortas a sus nietas.  El "poli" que había sonreído durante el discurso, en un alarde de convencimiento personal, decidió actuar como quien era, un nudista activo, y se desnudó sin que ello alarmase a nadie...  La revolución se parecía a Woodstock.

En la televisión la noticia es que... Dolce & Gabanna han presentado una colección moderna inspirada en Jimi Hendrix,... o que el presidente ha estado en el Camp Nou para el partido contra la Ponferradina de la Copa del Rey... o que una mujer ha sido devorada por sus gatos... o que la juventud (obviando, por supuesto, el resto de edades implicadas) se ha reunido en un parque de L'Hospitalet para un macrobotellón.  Efectivamente, la revolución se parece a Woodstock  ¿Habrán hecho película?

7/11/19

LA "BUENA GENTE" (25/01/19)

Había nacido aquí, padre murciano, madre asturiana.  La guerra le sorprendió en la niñez.  Y huyó.  Como pudo.  Pasó la frontera y allí le recibieron los hostigadores del estado.  Le llevaron a una playa en un pueblo sobre el mar.  Y allí le encerraron.  Cuando todo acabó, volvió.  A hacerse una persona de provecho.  A crecer.  A formar una familia.  Y trabajó y trabajó.  Y salió triunfante de la vida.
 
-¡A santo de qué vamos a querer que venga aquí nadie!- vociferaba -¡Si hay guerra que se apañen!¡Y si se ahogan que se ahoguen, pero aquí que no vengan!
 
De buenas personas está el mundo lleno.

2/3/17

EL POSEEDOR DE LA VERDAD (26/08/15)

  ¿Estás seguro de tener razón?  Y yo, mientras, allí plantado como un pasmarote, mirando sin escuchar porque no me daba la gana de tener que dar explicaciones por aquello que yo tenía tan claro.  ¡Hasta ahí podíamos llegar!¡Cómo es posible que alguien ponga en duda algo que yo dejo más que claro!¿Absolutamente seguro?¡Hombre, por Dios!¡"Seguro", pregunta el tío!¿En serio?

-¡Que sí, "pesao"!

-Vale, pero yo me tiro, que por más que tú lo digas ese tío no sabe nadar.

Y sí, el tío estaba ahogándose.  Sólo por llevarme la contraria el "tontopera".

5/2/17

HAY COSAS CONTRA LAS QUE NO SE PUEDE LUCHAR (20/08/15)

  La oscuridad clavaba sus fríos dedos sobre su cara.  El abrigo cerrado.  "¡Dame la pasta!"  El cuello subido para que no se le enfriara la nuca.  "¡Dame tó lo que lleves!"  La capucha cubriendo las orejas tratando de evitar el dolor de oídos.  "¡Tó lo que tengas pa' mí!".  Los guantes sin dedos para permitir cierto tacto y, a la vez, intentar conservar el calor.  "¡Que me lo des!  ¡Ahora!".  Oyó pasos.  Sacó del bolsillo la navaja, la abrió, dobló la esquina en un salto y se colocó delante de aquel transeúnte.
-¡A ver, gilipollas, dame tó lo que tengas, "pringao"!- gritó el señor con traje y corbata, presidente del Banco de Transilvania.

MEMORIAS (20/08/15)


Image result for memoria sd    Recuerdo vagamente la sangre saliendo de mi rodilla cuando niño.  Y el sabor amargo de aquella primera cerveza, razón por la cual supongo que no la bebo ahora.  Recuerdo el frío que se enganchaba al cuerpo al entrar en el río.  Me asaltan imágenes, sueltas, de la primera noche que salí de juerga.  Lejanas ideas de lo que pudo suceder y de hecho sucedió en aquel viaje.  Apenas recuerdo un poco mejor las vacaciones del año pasado y, con un poco menos de esfuerzo, las de este año.  Más fácilmente, aunque no del todo, puedo defender que ayer comí arroz.  Mi memoria es frágil.  Pero tu olor...  Tu olor no lo olvido nunca.

5/11/16

DOMINGO (14/06/15)

                 - Sigo sin entender las insensateces que los seres vivos cometen.  Nacer, crecer, hartarse de obligaciones parentales, tener que alimentarse, enfermar,... para al final morir.  La células que forman a los seres vivos son tontas por juntarse para eso.  Las moléculas que se unen para producir la "química de la vida" en las células son idiotas por la misma razón.  Y qué decir de los átomos que conforman las moléculas.  Y las partículas subatómicas, y el bosón de Higgs, y...  Si hiciéramos caso a los creacionistas y el culpable de todo fuera dios,... ¡Menudo imbécil!¡Tío, te ha salido todo mal!¡Has hecho un trabajo de mierda!  A menos, claro está, que lo hayas hecho a propósito: -"Voy a hacer una "bolica" azul y voy a meter allí partículas de idiotez a ver si se juntan y me río un rato"-  En ese caso no eres imbécil:  ¡Eres un cabrón!

                  -  Hijo, sólo te he preguntado si me acompañabas a misa- dijo su madre compungida.


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3/9/16

EL CADÁVER (21/04/15)

  Allí estaba el cadáver.  En medio del pasillo.  Panza arriba, extraño, repulsivo.  No podía ni acercarme.  El terror me superaba.  Me frenaba.  Era una sensación de impotencia tan grande...  Suerte que mi madre (siempre las madres) sabía qué hacer.  El cuerpo acabó en el contenedor de la basura y no quedó ni rastro.


-¡Jose, tienes que quitarte estas tonterías!-me dijo cuando me bajé de la silla-¡sólo es una cucaracha!

9/6/16

OLOR A CIUDAD (02/07/14)

  Aún recuerda su aroma.  No es propiamente un recuerdo sino que, cuando al pasar por algún sitio, una bocanada de aire le trae su aroma, lo identifica.  Es aroma a todo.  "Olor de multitudes" que diría aquél.  Olor de asfalto, de tierra, de flores, de coches.  De perfume de señorona a las puertas del teatro.  De sudor del albañil arreglando un socavón de la acera.  Olor a leña quemada en un mesón antiguo.  Aromas de especias en un kebab de una esquina.  Y ruido, mucho ruido.  Pero sobre todo, por encima de todo, aroma a ciudad. 
  Hoy lo ha recordado.  Desde que se mudó pocas veces encuentra ese aroma.  Desde que se quedó sin trabajo y perdió su vivienda sólo una vez al mes va a la ciudad.  Y hoy le ha tocado.  Porque sólo una vez al mes le toca el turno de ir a buscar en los contenedores de cartón.  La comuna de desheredados, sus treinta componentes, así lo decidieron en asamblea.  El resto del mes, a trabajar en el vertedero.

EL MASOCA (01/07/14)

  -¡Si hombre!¡Y qué más!¡No me los vas a quitar!- Pese a que sólo lo pensaba la verdad es que parecía que sus palabras ahogaban el silencio previo a la bronca que se intuía.  Los antidisturbios habían comenzado a desplegarse a lo ancho de la avenida y ya hacía rato que las "lecheras" habían cerrado la huída.  Era cuestión de minutos que las escopetas empezaran a escupir bolas de goma. Él estaba en todas estas broncas.  Sentía placer en cada bolazo que recibía y trataba de recuperar las balas que le golpeaban.  Al llegar a casa las databa y las numeraba.  Estaba empezando a tener una colección importante en cuanto a tamaño pese a ser, comparativamente, mucho más enfermiza que grande.  Pero aquel día era especial.  Uno de los antidisturbios había colgado en Facebook un aviso de que, entre las balas de hoy, habría una especial.  -Especial- pensó -como yo- y se puso su mejor pasamontañas.  Al llegar, emocionado, se puso en primera fila cuando, de repente, la vio a ella:  delgada, alta cresta, botas militares, morena, ojos grandes.  -¡Si hombre!¡Y qué más!¡No me los vas a quitar!- Se acercó a ella y vio cómo rompía el primer cristal del Burger King.  Ya estaba.  Ya se había liado.  Aprovechó el momento de confusión para quitarla de en medio.  Le golpeó en la cabeza con una porra extensible.  Ella cayó al suelo sonriendo, casi gimiendo de placer, y le dijo "te quiero".  El la dejó suavemente en el suelo.  Recibió un bolazo en la espalda.  Pese al dolor corrió en busca de la bala que rebotaba como loca.  Cuando la cazó vio que la suerte estaba con él ese día:  La bala ponía su nombre.

1/4/16

DETALLES (23/03/15)

Y el caso es que, bien pensado, no había ido tan mal la cosa.  Se había levantado dos horas tarde, sin prisas.  Había desayunado con absoluta tranquilidad viendo las noticias sin ni tan sólo encender el móvil.  Se había vestido sus tejanos y su camiseta negra, se había calzado sus zapatillas de baloncesto y había salido a la calle.  El Sol a esas horas le deslumbró.  No en vano él solía salir de casa tres horas antes, aún de noche.  Se dirigió al garaje y abrió el portón.  Bajó las escaleras, se montó en el coche y volvió a sonreir.  Arrancó y se dispuso a conducir los cuarenta kilómetros hasta el trabajo.  En media hora llegó al polígono, aparcó y se dirigió, directamente, al despacho de sus superiores.  Media hora de gritos y malas caras después salió, sonriendo.  Abrió la puerta de la oficina, dijo "Adiós" y gritó "¡Atomar por culo!" y se fue, feliz.  Había ido todo como la seda, como había imaginado.  Lástima que lo de que le tocara la primitiva o el euromillones no se había cumplido, pero eso eran detalles.

3/11/15

ACTO REFLEJO (02/07/14)

 En un arrebato perdió la cordura.  En un arrebato se abrazó a las fuerzas de la naturaleza.  En un arrebato, sin darse cuenta, se deslizó entre el tiempo y el espacio para dejarlos a todos atónitos.  En un arrebato, sin ni tan sólo decidirlo conscientemente, se encontró de cara a un millón de espaldas.  En un arrebato, sin ni tan siquiera esperarlo, descubrió que, de alguna forma, sus pies no tocaban el suelo.  Fue tan sólo eso, un arrebato, un segundo que lo cambió absolutamente todo.  En un arrebato, sin querer, sonrió.

8/4/10

NI CREPÚSCULO NI HOSTIAS.

Una vez más, un poquito de prosa.
Las 12:00. La hora de las brujas. La hora de los espíritus. El vampiro despertó. Se levantó de la cama (lo del ataúd sólo lo dejaba para los invitados. Se acercó al lavabo con legañas en los ojos y el pelo alborotado de la almohada. Y es que ser un "no-muerto" no te evita la necesidad de peinarte. Y más en su caso que, por llevar la contraria a lo establecido, se había dejado el pelo largo. Quizás era un poco para agradecer a todos esos grupos de rock "vampírico" el recuerdo que estos brindaban a los de su especie. Quinientos años de vida (o de "no-vida", no sabía cómo llamarlo), le habían dado la posibilidad de oir todo tipo de música, pero esa, la "vampírica", le había llegado muy dentro. En el lavabo, frente a la pila, tosió, como cualquier hijo de vecino. Levantó la cabeza para mirarse al espejo. De hecho sólo parecía que se miraba porque, por supuesto, no había reflejo. Se lavó la cara y tosió de nuevo. Nunca, ni en vida, había tenido un buen despertar. Renegando volvió al dormitorio. Hizo la cama (vampiro pero pulcro) y se vistió. No tenía muchas ganas de salir, pero tenía que desayunar y en la nevera no quedaba ninguna bolsa. Iba a salir pero regresó a lavarse los dientes ya que le "cantaba el pozo" como él mismo decía.
El estómago comenzó a rugir. Tenía hambre. Decidió dar una vuelta por el barrio. No podía ser muy difícil encontrar a alguien un sábado por la noche. Siempre le quedaría la opción de ir a una discoteca, aunque nunca le gustó la comida basura. Y es que allí era más sencillo conseguir sangre pero, claro, no sabía qué se podía encontrar: tan pronto estaba eufórico y al borde de la taquicardia (si hubiera tenido latido) como mareado. Y no era ese el problema. Esas sensaciones ya le gustaban. El problema para él era el no haberlo elegido, el encontrárselo, el no haber disfrutado del speed o de la ginebra ¿O acaso a un vivo se le ocurriría comerse los cereales con whisky en lugar de leche? No, definitivamente la discoteca quedaría como última opción.
Barcelona es una ciudad tranquila. De lunes a jueves apenas hay dónde ir de juerga. El viernes y el sábado, sin embargo, no se acaba nunca la noche. Puedes pasear por cualquier calle del centro y del barrio antiguo y encontrar más gente de noche que muchas mañanas. Al vampiro esto le producía una sensación ambivalente: por un lado le gustaba, ya que había más para elegir y, una vez alimentado, había cachondeo; por otro le molestaba, ya que la intimidad que dan las calles vacías le gustaba. Siendo como era un sábado noche del mes de Mayo se decidió a ir por el Eixample, por la zona gay. Allí había menos policía que en el gótico, aún siendo este último el barrio que más le gustaba (nostalgia de juventud). Entró en un "pub" que tenía la bandera arcoiris en el exterior para marcar la tendencia del local. Se acercó a la barra y pidió un "bloody-mary" (qué si no). Observó el garito: oscuro, estrecho, lleno de hombres, ruidoso,... como cualquier otro. Eligió con paciencia a su víctima. Se decidió por un "oso", un barbudo con la cabeza afeitada y mucho vello corporal que bebía cerveza en jarra de medio litro. El vampiro no era gay, pero este tío parecía sano, sin colesterol, sin enfermedades raras, es decir, con una sangre alimenticia y sabrosa... vamos, todo un desayuno apetecible.
Las dos de la madrugada. Hora de entrar a trabajar ¿o cómo si no iba a pagar el alquiler? Entró en la tahona donde se dedicaba a hacer pan. Nunca quiso ser empresario y sólo sabía hacer eso, de panadero. Llevaba haciéndolo desde 1608, antes de que una falsa peregrina le mordiese prometíendole un buen rato para que se confiara allá en su pueblo natal, Villafranca del Bierzo. Cuando le mordió su vida dejó de ser normal... de día. Es decir, como panadero podía seguir viviendo de noche, pero si antes, de vez en cuando, veía las calles con la luz del sol, eso se había acabado. De todas formas, los recuerdos de aquella época no le traían ningún momento de nostalgia. Si acaso, "morriña" por su tierra, pero llevaba tanto tiempo "vivo" y tanto tiempo fuera que se había acostumbrado. Además, en Barcelona el pan que él hacía gozaba de gran prestigio, si bien sólo le servía para inflar su propio ego ya que, lógicamente, debía dejar que los laureles se los pusieran a otro por no descubrirse. Sería difícil de explicar por qué, cuando llegan los equipos de "España Directo" o "Callejeros" u otros por el estilo con sus cámaras, al lado del periodista hay un hueco donde debería haber una persona.
Las seis. Media jornada. Ese era el horario. Con eso tenía suficiente. Nunca hacía horas extras. Su jefe pensaba que era por principios sindicales. Sin dejar de ser cierto, el caso es que la lógica era aplastante: En Barcelona, a partir de las seis, podría desintegrarse con el Sol. Además, con ese sueldo tenía bastante gracias a los ahorros que había reunido durante tantos y tantos años. Vuelta a casa andando, ya que vivía cerca. Por el camino encontró a una japonesa despistada y borracha. Se la comió antes de subir. Con cierto mareo debido al alcohol en sangre se desnudó y entró entre las sábanas, dando gracias de vivir tan cerca para no tener que conducir. La habitación se movía, así que puso el pie en el suelo y se dispuso a dormir.
Inmortal. ¡Qué bien! ¡Inmortal! Quizás Bill Gates o Florentino Pérez quisieran ser inmortales. Quizás ya lo son. Pero él, el vampiro berciano de Barcelona, estaba hasta los cojones. Siempre currando y sin jubilarse. A ver si este invierno le toca el Euromillones (invierno porque anochece pronto y puede salir a "sellar" el boleto) y se puede tomar unos años sabáticos, porque desde luego, aquello que dicen los mortales de "no trabajo más en mi vida" él nunca podría hacerlo. ¡Qué putada de clase obrera! ¡Qué putada ser vampiro! "¿Dónde habré dejado la estaca?"

18/9/08

EL FARERO


Cada día, al anochecer, un poco antes, Pedro abría la puerta del faro. Con una noche en vela por delante (una más) y la soledad por compañera de trabajo se disponía a hacer su faena que, aunque anodina, era muy importante. Llegaba, encendía la luz y se sentaba frente al cuadro de mandos. A veces leía un libro, otras veces veía la tele en un pequeño monitor en blanco y negro (o "ByN" que es como lo escriben ahora)... Y por la mañana, cuando el sol asomaba, apagaba, realizaba sus cinco o seis labores de mantenimiento y a casa a dormir. No era un gran trabajo, pero al menos no era duro. Ni malo. Y cobraba bien.
Un día de Reyes cayó encima de sus zapatillas un ordenador portátil. Para un aficionado a la informática sin tiempo como él era el regalo perfecto. Al fin sabía como pasar las noches de trabajo. Y así fue. Desde ese mismo día (para un farero no hay festivos, porque todos los días hay noche) su nuevo ordenador portátil fue el medio que utilizó para comunicarse con el exterior. Primero comenzó navegando por internet: Primero los periódicos, luego los periódicos deportivos, luego un par de webs de humor, alguna "porno" gratuita (por qué negarlo)... Al cabo de unos días comenzó con el chat. El hecho de hablar con gente de todo el mundo le pareció fascinante. Pero todo, al final, cansa. Pasados un par de meses de chat nocturno descubrió una web donde daban nociones de informática y robótica. Le pareció interesante y, aún es más, práctico. Comenzó a fraguar la idea de utilizar esos conocimientos que, había decidido, iba a adquirir, para facilitar su trabajo. Iba a llenar de mecanismos el faro, de tal modo que él tan sólo tuviera que ir a comprobarlo una vez al día, sin necesidad de pasar allí la noche.
Hoy he oído en las noticias que ha habido altercados frente al Ministerio de Trabajo. Según parece un grupo de manifestantes ha sido invitado por las fuerzas del orden a abandonar la calle. Se manifestaban por la reconversión del sector de los fareros que, en poco tiempo, dejará a todas esas personas sin trabajo. El ministro, mientras tanto, se encontraba en una comida de trabajo en la costa, negociando con un tal Pedro, de profesión millonario.

LA LLAMADA

Nota: Sólo dos relatos. Sólo dos. El resto, versos.

Se levantó aquel día con una sonrisa en la cara. No es que fuera un "triste", pero si tu despertador empieza a saltar como un poseso cuando en la calle todavía está oscuro no es plato de gusto, levantarse guapo y sonriente, encima... Sin embargo aquel día él se levantó sonriendo. Una llamada de teléfono. Sólo una. A las cinco y veinte minutos, tres minutos antes de la hora en la que cada día, de Lunes a Viernes, se levantaba. Dos sonidos del politono de la serie "24". Sin saber ni quién era el mismo contestó. Al otro lado escuchó una voz risueña, dulce, feliz,..., conocida:
-Hola, tú.
-Hola.
-¡Hola!
-¿Quién eres?
-Sólo lo diré una vez: ¡Dios mío!¡Dios mío!
-¿Eh?
Y colgó. Y por eso él continuaba sonriendo.
A media mañana, mientras tomaba un café en el bar del polígono donde trabajaba, miró hacia arriba, hacia el cielo.
-Gracias por llamar-musitó.
Apuró el café, pagó al camarero y se despidió de él. Salió del bar. Mirando al horizonte, al cielo otra vez, volvió a hablar, más claro esta vez.
-Dijiste que lo harías. Que una vez muerta darías una señal si hay algo más.
Cogió su teléfono. Comprobó el registro de llamadas. Nadie le había llamado. Fue un sueño.
-Fuiste tú, lo sé- dijo otra vez al cielo.
Una nube se curvó, como una sonrisa.