Sentado en el mimbre, bajo la pared blanca,
junto a la tabla, cerquita, para sorprenderse encima,
para ahogar los sentidos en un mar de cosquilleos
cuando una voz de mujer te pellizca y te derriba.
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Sentado en la silla, sin "ni jota" de flamenco,
ves salir a las "SEÑORAS": Arte, duende, pura vida,
pasión, fuerza y sentimiento, huracán que allí te estampa
con un rugido tremendo que te ahoga y que te asfixia.
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Sentado en el borde, en el filo del asiento
las guitarras te transportan, te elevan, casi te izan,
en un luminoso viaje cuando sus cuerdas se arrancan.
Y si algún dios existiera... su profeta es guitarrista.
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Sentado sintiendo. Vuelta al taconeo.
La fuerza gitana, desbocada, sin medida,
quizá no lo entiendo, pero es que no me hace falta,
son dos "CABALLEROS" los que allí bailan sin bridas.
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Sentado viviendo el despliegue de gargantas,
de sangre, de gusto, de pena, de hormigas
que van por mi cuerpo oyendo a quien canta
que más que cantar me llena de alegría.
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"Sentao". "Sentaíto". ¡Qué final de día!
* N. del A.: Nunca me sentí un verdadero seguidor del flamenco. Es más, aún hoy no lo soy, pero el respeto siempre lo sentí. Sin embargo, desde el día antes de escribir este poema,... ¡Ay amigo! Desde ese día, mejor dicho desde esa noche me declaro fan absoluto del buen gusto, de la pasión, del ruido, del preciosismo de un tablao de la clase del Cordobés. Me he tomado la libertad (espero que no me digan nada) de tomar prestada una foto suya para intentar, de alguna forma, ilustrar aquello. Los que me conocen saben que soy un "rockero" irredento, pero aquella noche fui superado. Cuando la música es de calidad...
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