Sacudo mi cabeza
-como un perro,
como un caniche que sacude las gotas de su pelo-
diciendo que no, que hay pereza,
que despierto
esté o no el cielo abierto,
con o sin luz, con o sin fuerzas.
Sacudo mi cabeza
y desespero,
con los nervios por las nubes me deslizo por el hielo
que rellena las juntas de mi destreza,
y me oferto.
De rebajas mi sangre y mi cuerpo.
Al saberme vivo, con certeza.
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