1/4/09

EL ANARQUISTA (11/02/09)


El anarquista quemó sus cartas.
El fósforo humeante entre los dedos
y el calor que desprendía la baraja
le heló el alma, la mente y los huesos.
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El anarquista dejó su casa.
Se marchó, renqueante, de su suelo
y el horror que sentía en la batalla
congeló sus armas, su frente y sus sesos.
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El anarquista gritó soflamas.
Luchó incesante por todos sus credos
y el fragor que tenía en la garganta
calentó su alma, su mente y sus huesos.
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El anarquista marchó sin ganas.
Venció huyendo de sus miedos
y el sabor de guardarse la esperanza
le ardió en el alma, la frente y los sesos.
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El anarquista murió en la campa.
Caminó insaciable por su cielo
y el hedor de reunirse con la parca
le llenó de orgullo por luchar por el pueblo.
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El anarquista creyó en campañas.
Revolución por un mundo de buenos.
Y encontró irrenunciables sus cartas.
Aún quemadas, le acompañan en pleno.

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