Me siento. Y miro al cielo
y me invento los nombres de las estrellas
como cuando era niño y lo hacía, en el suelo,
con los muñecos, las canicas o las chapas de botella.
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Me siento, ya sin pelo,
desprotegido por arriba de éstas y aquéllas,
y ando y me riño y se me enfría el celo,
y si es que peco, las formas ya no son bellas.
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Presiento. Y recelo.
Porque mi cuerpo cansado resuella
pero mi alma de niño escapa del velo
y sigue hablando a la Luna y mirando a las estrellas.
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