Callos en las manos por azadas a destiempo
y la piel veteada por azulado carbón.
La nariz y los pulmones llenos de polvo de hierro
y sólo un oído en marcha por mitigar el calor.
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Toda la vida en el tajo buscando tiempos mejores
y perdiendo cada día horas de estar con los suyos.
Su poquito de mal genio de tanto echarle cojones
y su mucho de nervioso y mi grandísimo orgullo.
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La fuerza de voluntad que a sus hijos nos pasó
y esos ojos pequeñitos que siempre parecen reír.
Ese es mi padre, amigos. Buen hombre. Todo un señor.
Más rojo cuanto más viejo. Y con más ganas de vivir.