Me divierto asustando a los gatos
dando golpes, desde el coche, en el cristal,
cuando la noche aún extiende su chal
sobre mis hombros sin relato.
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Y es que la espera resulta fatal
y me sumerge en la abulia sin fueros
desde la hora en que atisbo el cielo
hasta el momento de trabajar.
-
Mientras los gatos, con su recelo,
me miran con ojos iguales que platos
y así, a lo tonto, voy pasando el rato
hasta volver al pequeño infierno.
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